
En el caso del escritor portugués, José Saramago, la mejor opción es leyendo sus obras maestras, porque eso son. Exquisitos manuales de reflexión sobre la humanidad, sobre lo que hacen las mujeres y los hombres (con más ímpetu) para destruirse unos a otros.
Saramago tuvo lo que se ha ido perdiendo: HUEVOS. Para decir las verdades incómodas, señalar a los responsables, para hacer pensar a las personas (a las que se dejaran) y para cuestionar las estupideces que, constantemente, hace y repite el ser humano.
Su actitud fue la de no ignorar, porque siempre esa es la posición más cómoda. Mirar hacia otro lado. Lo difícil es mojarse y cuestionar.
En noviembre anterior, tuve (en primera persona, por suerte) la posibilidad de escucharlo y verlo explicar por qué él escribía. Su conclusión fue sencilla: “Yo no escribo para agradar, yo escribo para desasosegar”. (Madrid, 11 noviembre de 2009)
Con esa frase resumió su verdad. Este razonamiento es útil para todos sea un médico, un conductor de autobús, un actor, un economista, un enfermero o un trabajador de la construcción.
Hay que despertarse y cuestionar siempre la realidad en la que se vive. No aceptarla sin más, sin abrir los ojos.
No somos ovejas destinadas a un matadero, con el futuro asignado desde el nacimiento.